Perdemos la juventud el día que dejamos de ser ácratas; el día que comenzamos a comprender y a disculpar al sistema.
Perdemos la juventud el día que dejamos de soñar con el paraíso en la tierra, un paraíso para todos; el día que empezamos a llamar con desprecio utópicos a los que siguen soñando; el día que se nos despierte el sentido práctico y entramos en el juego y aceptamos las reglas.
Perdemos la juventud el día que nos levantamos dispuestos a vendernos al mejor postor y al mejor impostor; el día que nos doblemos a la sinrazón de la fuerza y del chantaje.
Perdemos la juventud el día que en nuestros cuarenta principales llega al número el dinero; el día que admitimos que todo y todos tenemos un precio; el día que estemos dispuestos a vender cualquier cosa, si no por un plato de lentejas, por unos kilos de papel.
Perdemos la juventud el día que aceptamos al ganador y no damos un duro por una causa perdida.
Perdemos la juventud el día que aceptemos que esto es lo que hay, que siempre ha sido así y que no se puede hacer nada para cambiarlo.
Perdemos la juventud el día que nos miremos a un espejo y no se nos cae la cara de vergüenza porque hemos perdido la vergüenza.
Perdemos la juventud el día que miramos alrededor y sólo vemos lo que puede verse; el día que alargamos la mano y sólo tocamos lo que puede tocarse.
Perdemos la juventud el día que el mundo deja definitivamente de ser mágico.
Perdemos la juventud el día que dejamos de soñar con el paraíso en la tierra, un paraíso para todos; el día que empezamos a llamar con desprecio utópicos a los que siguen soñando; el día que se nos despierte el sentido práctico y entramos en el juego y aceptamos las reglas.
Perdemos la juventud el día que nos levantamos dispuestos a vendernos al mejor postor y al mejor impostor; el día que nos doblemos a la sinrazón de la fuerza y del chantaje.
Perdemos la juventud el día que en nuestros cuarenta principales llega al número el dinero; el día que admitimos que todo y todos tenemos un precio; el día que estemos dispuestos a vender cualquier cosa, si no por un plato de lentejas, por unos kilos de papel.
Perdemos la juventud el día que aceptamos al ganador y no damos un duro por una causa perdida.
Perdemos la juventud el día que aceptemos que esto es lo que hay, que siempre ha sido así y que no se puede hacer nada para cambiarlo.
Perdemos la juventud el día que nos miremos a un espejo y no se nos cae la cara de vergüenza porque hemos perdido la vergüenza.
Perdemos la juventud el día que miramos alrededor y sólo vemos lo que puede verse; el día que alargamos la mano y sólo tocamos lo que puede tocarse.
Perdemos la juventud el día que el mundo deja definitivamente de ser mágico.
Por: Jesús Quintero
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